“–Ernesto, Ernesto, ¿cuánto falta?»
Se oyen unos gruñidos, ininteligibles, se enciende una linterna y, al fin, me responde:
«–Son las once y media».
«–¿Nada más? ¡Imposible! ¡Tiene que ser más tarde! ¿No habrás mirado el termómetro!».
«–¡Ni hablar! El termómetro está aquí, en la nevera, y a tope. Como siga esto así, se rompe. Je, je» –responde con peculiar ironía.
Vuelvo a sumergirme entre las plumas mojadas de mi saco y, por enésima vez, vuelvo a intentar dormir. La nieve acumulada a nuestro alrededor apenas me permite moverme. Pienso en si acabará alguna vez este horroroso vivac. Me distraigo recordando incidencias de la jornada que acabamos de vivir; sobre todo, ese paso difícil que mi compañero ha realizado en cabeza, con su seguridad habitual, con esa parsimonia activa que tantas veces he tenido ocasión de admirar en diversos escenarios: Riglos, Cantabria, Pirineos…, y en mi imaginación se dibuja su figura enjuta e ingrávida asida a la roca, resolviendo una y otra vez situaciones complicadas y embarazosas. Me complazco saboreando gratos recuerdos hasta que una débil claridad indicadora de que está amaneciendo nos pone en marcha a todos. La espesa niebla no nos permite ver apenas y decidimos esperar. Rabadá intenta inútilmente hacer funcionar el hornillo de butano. Al cabo de varias horas, y en vista de que la niebla persiste, emprendemos la huida y, después de los consabidos despistes y los correspondientes tozolones, conseguimos sentarnos en una de las sillas del teleski, y todavía llegamos a Candanchú a tiempo de celebrar la Nochevieja.
”Algunos días más tarde sentado en un banco frente al Gran Hotel de Jaca, no doy crédito a lo que leo. Contemplo la página del diario, llena de esas morbosas palabras que alimentan al populacho: drama…, tragedia…, muerte… ¡No puede ser cierto!, ¿qué sabrán los periódicos?. Seguro que han salido por algún otro sitio. ¡No quiero creerlo!, ¡siempre les han sobrado recursos!.
Pero esta vez no. El final se ha escrito con crespones negros. ¿Por qué…? ¿Por qué…?. Eterna pregunta tantas veces sin respuesta. El hecho es que la montaña nos ha traicionado. Si cupiera el rencor en nuestros corazones, la odiaríamos para siempre, porque nos ha herido profundamente en nuestros sentimientos. Nos ha arrebatado brutalmente, con crueldad, a dos de nuestros mejores hombres, cuando ya todos vivíamos el éxito. Dios lo ha querido así, y Él sí sabe por qué; confiemos en la Omnisciencia Divina».
Rabadá – Navarro
Nunca nos hemos dicho adiós… Ahora, tampoco. Hasta la vista, porque confío que volveremos a vernos en esa más feliz vida sobrenatural que todos ambicionamos y soñamos;
¡Hasta la vista amigo!, y mientras tanto, os ruego a vosotros, os suplico, una oración por nuestras almas ya eternas y errantes en las verticales y heladas paredes de la Cara Norte del Eiger.
Es una efeméride triste en la escalada de nuestro país. Durante la noche del 15 al 16 de agosto de 1963, Alberto Rabadá y Ernesto Navarro morían a causa del frío y del agotamiento en su intento por vencer la temida Cara Norte del Eiger. Por una extraña coincidencia del destino, el año anterior, también el día 15 de agosto, iniciaban la escalada de uno de sus itinerarios más míticos y sorprendentes: la Cara Oeste del Naranjo de Bulnes.
En aquellos tiempos sus gestas me parecen del todo alucinantes, con un equipo del todo precario, y sin las técnicas actuales de progresión, fueron capaces de abrir lineas del todo impresionantes a día de hoy, líneas o vías que a día de hoy solo expertos escaladores pueden reseguir y vencer.
La Normal al Puro, la vía Galletas al Mallo Fire, la Cara Oeste al Naranjo – Pico Urriellu -, la impresionante vía Espolón Félix Méndez o Rabadá-Navarro al Mallo Fire, el Pico Midi d’Ossau, y el trágico Eiger.
«Así trazaba él sus vías: rectas. Y mientras las maduraba, se enamoraba de ellas. Y cuando les había dado el corazón, solamente entonces, las atacaba».
Ernesto Navarro
«Rabadá era un compañero. Riglos fue su paraíso. En Riglos templó el acero de sus dedos. En su roca hay grabadas flechas de héroe que ascienden al cielo. Así trazaba él sus vías: rectas. Y mientras las maduraba se enamoraba de ellas. Y cuando les había dado el corazón, solamente entonces, las atacaba. Fue ese amor por sus rocas, ese amor por las noches estrelladas de los vivacs, ese amor por el sacrificio físico (castigar la materia, como él lo llamaba), ese ideal de la cumbre lo que forjaba su voluntad de hierro en las escaladas. Las piedras conglomeradas de Riglos recuerdan el contacto suave de sus toscas manazas en las grandes presas y el duro apretar de sus dedos en los minúsculos salientes. Su escalar era atlético, fiel reflejo de su voluntad.
Era un compañero, y esa era su mejor cualidad por encima de sus portentosas facultades físicas. Las peores tiradas eran siempre para él, el abría vía, consciente de su responsabilidad como jefe de cordada, carente en absoluto de cualquier atisbo de egoísmo. En el vivac cedía siempre el lugar más cómodo; y siempre de broma, aun en los momentos de alto riesgo, era capaz de infundir una fuerte moral al más débil. Su seguridad era contagiosa.
No abusaba jamás de sus cualidades. Sabía medir exactamente sus fuerzas. Jamás despreció un agujero de la roca para poner un clavo. Amaba sus rocas y por eso no las menospreciaba: aprovechaba los seguros con sensatez. No escalaba por orgullo. Ni por vanidad. Escalaba por amor.
En su juventud, también tuvo un primer amor. Amor de joven. Amor de ideal. Amor que impulsa. Me lo confesó unos días antes de partir. Su trágica historia era como un anhelo del Más Allá. Le cautivaba, le fascinaba aquella sombría mole de roca y hielo, tumba de héroes. Mas había que trabajar duro para conquistarla. Su amor le facilitó los sacrificios necesarios para el largo entrenamiento. Hazañas meritísimas en sí mismas eran un mero entrenamiento para la conquista de su gran ideal. Partió.
La Cara Norte del Eiger conoció su duro batallar, lo profundo de su amor. Tres veces le rechazó, le probó. Mas, consciente de su gran pasión, accedió, cerrando tras él la rampa hacia el mundo. Y lo envolvió en su manto de hielo, tumba de héroes».
MALLOS DE RIGLOS
Tras haber seguido los pasos de los increibles escaladores Rabadá y Navarro en Riglos, encadenando en libre sus vías más míticas, Directa As Cimas, Galletas, Rabadá-Navarro o Féliz Mendez, etcétera, buscamos para este próximo año 2021 uno de sus más impresionantes logros, la Rabadá-Navarro al Naranjo de Bulnes, así como la temida Cara Norte al Eiger, un espectacular muro de roca, nieve y hielo, que se transformó en tumba para tantos alpinistas incluidos ellos; otros eran los tiempos, y otros los materiales, herramientas muy precarias que unidas a unas técnicas aún poco desarrolladas hicieron de sus gestas un imposible a día de hoy.
Tríada prévia al Eiger
1. Rabadá-Navarro al mallo Fire





2. Rabadá-Navarro de Ordesa
3. Rabadá-Navarro al Naranjo de Bulnes
4. Eiger (Cara Norte)