La isla del Hierro fue la culminación a este proyecto: www.wildcanarias.es
Tras decenas de vuelos y barcos, tras miles de kilómetros por incontables carreteras y un sinfín de caminos y senderos; tras infinidad de experiencias y sensaciones inolvidables por ciudades, pueblos, aldeas, montañas, playas, gentes; mi corazón, ya de por vida, permanece anclado y esparcido en estas 7 islas de tierras volcánicas atlánticas.
El Hierro, una vez más, como el resto de islas, me dejó sin aliento; ¡Qué variedad de contrastes tan opuestos!, ¡Que verticalidad tan extrema!.
La Dehesa y sus sabinas retorcidas por un viento incesante; Punta de Orchilla, vestida por acantilados de lava y volcanes, donde habita su faro y su monumento al Meridiano Cero; El Julan y su Tagoror (punto de reunión aborigen), una inmensa ladera forrada de dorados colores, matices de trigo y cebada, ladera bajo la mirada eterna de sus antepasados los Bimbaches, montañas que se hunden abrúptamente en un metalico Atlántico azul: el Mar de Las Calmas; El Garoé, situado en la pequeña comarca de San Andrés -árbol sagrado de los antiguos herreños-, rodeado de un verde intenso con una vista impecable de la isla de La Palma; Frontera, donde nace el viejo Camino de Jinama, vertical, húmedo y sinuoso, sendero que te eleva hasta la rocosa espina dorsal de la isla, inmensos bloques de piedra se elevan de un modo vertical y salvaje hasta coronar unas vistas de ensueño desde su cima: el Mirador de Jinama.

Valverde y su preciosa iglesia de la Concepción; Echedo y sus charcos o piscinas naturales labradas en roca: Charco Manso y el Pozo de las Calcosas; el grandioso y eterno Cesar Manrique con su bellísima obra: el Mirador de La Peña; las bellísimas piscinas naturales de La Maceta; el hotel más pequeño del mundo en Las Puntas custodiando los Roques de Salmor; el mirador opuesto al de Jinama: Mirador de Las Playas y de Isora, desde el cual parte un sendero que desciende a cuchillo hasta alcanzar el Parador Nacional de la isla y el Roque de la Bonanza; La Restiga y sus románticos atardeceres entre volcanes y campos de lavas cordadas; y un sin fin de rincones que se graban a fuego y que perduran en la memoria como si siempre hubiésemos habitado allí.
La isla del Hierro es un paraíso de tranquilidad habitado por unas gentes que desbordan amabilidad y hospitabilidad; una isla con unos caminos y senderos que te brindan la oportunidad de ver plenamente toda la diversidad de contrastes que ofrece la «isla chiquita», una isla espectacular: Cruz de Los Reyes, fuente Mencáfete, Mirador de Bascos, El Julan, Camino de Jinama, Camino de Las Playas, Malpaso, Tanganasoga, y un largo etcétera.

Fotografías:


punto más alto de la isla de El Hierro (1.501 metros)





El Hierro no ha tenido suerte con el volcán. Pudo haberla tenido si la erupción iniciada en octubre de 2011 hubiera finalmente emergido del mar y hubiera formado, por ejemplo, un pequeño islote, similar a los islotes del norte de Lanzarote, o aunque solo hubiera sido un simple roque, uno más (algunos imponentes) de los que aparecen en las cercanías de las costas de nuestras islas. Pero no, el volcán del Mar de las Calmas no quiso aparecer, y las expectativas todas que se habían levantado de que la isla se iba a llenar de científicos y de miles y miles de curiosos de todo el mundo que vendrían a ver in situ el surgimiento de una nueva isla se quedaron en nada. En menos que nada: en decepción.
El volcán trajo incluso perjuicios: se paralizó totalmente la pesca en el Mar de las Calmas y la flota pesquera de La Restinga tuvo que amarrar sus barcos; se suspendieron las inmersiones submarinas, y los clubes de submarinismo tuvieron que cerrar sus puertas; se cancelaron viajes y estancias de turistas extranjeros y nacionales, y en fin, se vio afectada toda la economía de la isla; hasta abandonaron El Hierro muchos nuevos residentes que habían llegado a la isla en los últimos años.
Pero El Hierro sigue teniendo los mismos atractivos que tenía antes del volcán, esos sí que no han desaparecido, nada ha podido contra ellos. El Hierro sigue siendo la isla “donde hay lo que ya no hay”, por utilizar una frase feliz, y justa, que utilizó cuando se creó su primer Patronato del Turismo.
¿Y qué cosas son ésas que ya no se encuentran en otros sitios? Lo resumiré en una impresión: tiene una calma tal que pareciera la supervivencia de una de aquellas Arcadias de la antigüedad que la literatura ha mitificado. Pero El Hierro no es literatura, sino geografía real, física y humana. Porque la calma no solo la ofrecen sus paisajes solitarios y únicos, un bosque de sabinas milenarias retorcidas por el viento en inverosímiles formas, sus cientos de volcanes de todos los colores, sus lajiares renegridos formando las más caprichosas figuras, hasta ese prodigioso Álbol Santo llamado garoé que “mana agua”. La ofrecen también sus gentes, los hombres y mujeres herreños que son a la vez tan recios como amables, que te saludan siempre con ese su hablar cadencioso y delicado que llaman a la amistad.
Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría no podrá morir nunca…
El Hierro