Mochilas Osprey

Morir es un día salvaje y un nuevo camino…

Santa Cruz, California, 1974

Todo comenzó en aquel año del 1974, Mike Pfotenhauer fundó la marca de mochilas Osprey con un único deseo: desarrollar las mejores mochilas del planeta, mochilas que pudiesen afrontar los desafíos más extremos de una naturaleza casi siempre áspera, violenta y radical. Osprey, a la vanguardia de la técnica y la especialización del entorno, fabrica el embalaje perfecto para transportar con el máximo confort la equipación necesaria a la hora de afrontar las travesías y ascensiones más exigentes, Osprey en constante evolución diseña productos duraderos, ergonómicos y elegantes. El logotipo o tótem de Osprey es el de un águila, un ave que representa el espíritu de la montaña, así pues, la marca Osprey se identifica directamente con la altura, con la fuerza, y sobre todo, con el principio de la espiritualidad: las más altas cimas te aproximan a conectar mejor con lo divino, y en tan costosas empresas, la precisión y fortaleza de una Osprey es la aliada perfecta para batir los caminos más complejos que te llevan a alcanzar la proximidad del sol.

Dónde está la emoción allí está el mundo, mundo de naturaleza vertical donde una prisa lenta define exactamente esos dos extremos que contemplan el quemar de los días, días llenos de hallazgos y sorpresas, donde vida y muerte se fusionan por unos instantes ante una gravedad que lo domina absolutamente todo; y es en esos precisos instantes, en el abismo de la roca, donde percibo que vida no es más que muerte dominada, un control gravitatorio sostenido a base de consciencia, fuerza y técnica. Tridente que el pasar de la vida sabrá mellar su temple; inconscientemente nuestra vigilancia, nuestra fuerza, nuestro dominio se debilitará, será cuando empezaré a morir sin dar tiempo a que mi consciencia se corrompa. Quisiera asomarme a ese precipicio del horizonte cuyo nombre aún desconozco, porque allí en su fondo está sin duda, esperándome caído – ¿muerto quizás? –  lo que ansío ver, mi cuerpo en el terminar de sus días sin haber perdido lo único que me aterroriza perder: la consciencia que me capacita a reconocerme una y otra vez, la consciencia que me conecta con este entorno real que empuja constantemente hacia abajo implacable y cruel; y con estas ideas me he hecho una línea de vida, he tendido de mi nacer a mi morir, con amarras a las dos orillas, una cuerda tensa que me mantiene vivo mirando una y otra vez la sonrisa de una muerte que sonríe certera. Cada vez que esta línea se interrumpe, tengo que volver a reanudar; y en estos nudos, al igual que cicatrices, hayo la cuenta de mi gloria y vida, pero lo que yo se bien, es que de cada nudo, de cada cicatriz, sale como de un nido, un pájaro de fuego, donde la gravedad se ve perdedora en una batalla más, paciente, sosegada, estoica, esperando el fin certero de una guerra que jamás ha perdido ni perderá. Será justo en esa guerra donde yo termine mis días, y dos victorias se unirán en perfecta oposición, una victoria llena de muerte ante otra llena de vida y emoción, el recuerdo eterno y preciso de todas aquellas batallas que yo supe vencer en el transitar de mi vida junto a una marca cuyo tótem – OSPREY – representó todo aquello por lo que valió la pena vivir…

No somos más que creadores de nosotros mismos, memoria testigo en esta nuestra historia, vida limitada por la gravedad implacable de la vejez.

Carlos Antolin

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